Desde las primeras líneas, Kim descubre al lector la atmósfera sensual y deslumbrante de la India colonial del siglo XIX. Sus «olores penetrantes a almizcle, sándalo y jazmín», «el susurro del agua en las acequias» o «el último rayo polvoriento del sol» sobre un caravasar. Y es que toda la novela es un gran viaje donde convergen, a su vez, otros muchos. El primero de todos es el viaje que recorren un monje tibetano y su chela (discípulo) Kim, un pícaro adolescente a su servicio. Pero también es el viaje iniciático de Kim, su protagonista.
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