“El único recuerdo grato que me queda del monasterio de San Simón es el del patio de ciruelos y limoneros, tras cuyo muro posterior el mar rompía contra un terraplén de rocas dispares y agujereadas, recorridas por jaibas errantes. También, por supuesto, guardo memoria de la hermana Nicolasa, vieja y entumecida por el reumatismo […] Las dos evocaciones son, en realidad, una sola. Porque la hermana Nicolasa lavaba siempre allí y se había convertido en otro elemento, en otro sarmentoso árbol del patio poblado por aromas de peces muertos o de limoneros floridos.”
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